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sábado, 12 de febrero de 2011

LA MUERTE DEL TEATRO

El arte teatral ha enfrentado duros momentos a lo largo de su historia. Así fue, por ejemplo, luego de la caída del Imperio Romano, cuando la iglesia católica imperante prohibió las representaciones, acusándolas de ser manifestaciones paganas propias del demonio. A mediados del siglo XVII, los puritanos ingleses también prohibieron las escenificaciones dramáticas por considerarlas excesos contra la moral pública, reaccionando contra la tradición isabelina de autores universales como William Shakespeare y Ben Jonson. En el Perú del siglo XVIII, el colonialismo español proscribió el teatro y la literatura en quechua, como parte de la represión étnica que desataron luego de la insurrección de Tupac Amaru. Nuestro país no fue la excepción,
la saña de los conquistadores arrasó con muchas manifestaciones escénicas originarias.

En España, tierra pródiga en autores y géneros, no pocas veces la escena fue objeto de medidas de persecusión, hasta el punto de serle negado a los comediantes los sacramentos. Veamos este alegato del cura Simón López, futuro arzobispo de la Valencia ibérica, en 1789: ‟A los ministros de Dios que dirigen las conciencias de los Reyes y Magnates, toca el curar de raíz este mal, persuadiéndoles que exterminen las comedias y comediantes, y derriben los teatros. A los confesores toca el negar la absolución a los cómicos y espectadores. Mientras no lo hagan, cada día irán las cosas de mal en peor, por más que se predique y escriba”.

No obstante, fue durante el siglo XX, con la aparición del cine y luego de la televisión, el video casero e internet, cuando el teatro sufrió su impacto más fuerte. Los espectadores emigran de las salas a las nuevas formas de entretenimiento, convertidas en industria masiva de la cual depende, en gran medida, el funcionamiento del sistema mismo.

¿Presenciamos la muerte del teatro? Gran dilema para los teatreros: ¿cómo renovarse atendiendo a los cambios tecnológicos, tiempos y gustos de la era presente?

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