El sueño de
la razón produce monstruos, tituló Goya uno de sus fantasmagóricos
grabados, profetizando que la razón -la inteligencia, la técnica, la ciencia,
la tecnología- si no está sujeta a los principios elementales del humanismo
puede convertirse en una pesadilla autodestructiva que amenaza la existencia de
la vida sobre el planeta. Así, el capitalismo convirtió su inmensa capacidad
productiva y tecnológica potencialmente liberadora, en un mecanismo demoníaco de esclavitud y asfixia
espiritual.
Tal es el
planteamiento de la obra Contra el progreso del catalán Esteve
Soler, escenificada recientemente en el Teatro Nacional por el grupo Escena de
Caracas, bajo la dirección de Juan José Martín, producción de Karla Fermín y
con las actuaciones de Betsabé Correa, Nadeschda Makagonow, Rafael Gil y Delbis
Cardona. Estructurada en siete escenas con significado autónomo entre sí y duración de 1 hora y 10 minutos, la pieza es
una vitrina de los horrores de la
llamada modernidad: desde la religión como objeto de negocio, pasando por la
alienación televisiva que sustituye al mundo real, para terminar con un planeta en el que los animales dominan y exterminan a los seres humanos. Un poderoso
retrato de la distopía o la utopía perversa en la que puede desembocar el
presente sí los poderes dominantes siguen imponiéndose. El tema no es novedoso,
pero sigue teniendo gran vigencia.
La producción
en sus diversos aspectos (escenografía, utilería, vestuario) es bastante adecuada y supera las limitaciones
económicas que imponen las condiciones actuales para la escena. El apoyo
videográfico ayuda a sostener de manera
habilidosa el desarrollo del espectáculo. Las actuaciones son excelentes, con buen dominio de la voz y
destreza corporal. Por momentos, el
espectáculo linda la monotonía, debido a un ritmo lento y
algunas pausas injustificadas. No obstante, el profesionalismo y rigor
del trabajo en conjunto, logran transmitir la inquietante reflexión del texto.
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