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jueves, 24 de enero de 2013

Sobre Rafael Guinand

                                                Sobre Rafael Guinand
En una conversación con José Ignacio Cabrujas, sobre su obra El testamento del Perro -versión del Auto de la Compadecida, del brasileño Arianno Suasuna- aterrizó en la importancia del sainete y, más concretamente, en la trayectoria de Rafael Guinand, amo actoral de los escenarios nacionales en la primera mitad del siglo XX. “Lograba una conexión única con el público. Me lo imagino mejor fuera del escenario, carcajeándose y jodiendo el día a día con sus vecinos. A lo mejor ese es el secreto...”  Más o menos eso, me decía Cabrujas, cavilando, mientras
milagrosamente se mesaba el pelo sin quemárselo, con la misma mano que sostenía el cigarrillo.

Escribió el dramaturgo, en una breve pero significativa nota sobre el comediante, “¿Cómo es Guinand?, le pregunté un día a mi padre. Su respuesta no fue un rostro o una estatura. 'Cuando Guinand hacía teatro y entraba al escenario tu comenzabas a reírte, y al mismo tiempo te preguntabas por esa risa. ¿De quién me estoy riendo? Y había una sola respuesta: me estoy riendo de mí...' Tal vez por eso hice teatro.”

 Cosa bella mortal passa e non dura, dijo el poeta Petrarca,  es decir por más belleza  que exprese un arte, si no permanece de manera tangible, siempre muere. Esa es la desventura  de la actuación teatral, condenada, por más brillante que sea el intérprete, a deslumbrar de manera efímera. Quizás esto, motivó a Rafael Guinand a escribir algunos sainetes. El rompimiento y Yo también soy candidato, obras de su autoría, siguen siendo escenificadas, año tras año, en todo el territorio nacional.

Pero, contrario a la sentencia de Petrarca, no tengo la menor duda de que el celebrado talento de Guinand en las tablas perduró. Basta recordar el desparpajo verbal de nuestros más connotados comediantes televisivos y allí lo encontraremos. O los dramas del mismo Cabrujas, en los cuales los personajes padeciendo sus pequeñas tragedias, logran con facilidad arrancarnos  la risa.

El pasado es prólogo, dijo Shakespeare.

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