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martes, 10 de noviembre de 2020

El escenario donde surgió el teatro nacional

A finales de 1818, en plena guerra de independencia, el pardo José Inés Blanco, quien trabajaba como peón de construcción, se dirigió a las autoridades del ayuntamiento caraqueño solicitando autorización para reabrir el coliseo de la ciudad, primero construido en Venezuela en 1784 e inutilizado por el terremoto que destruyó la ciudad en marzo de 1812, luego de casi tres décadas de servir para el montaje exclusivo de piezas europeas regularizando el gusto por el arte teatral. La dilación de los cabildantes impulsó a Blanco a solicitar el permiso directamente al capitán general Juan Bautista Pardo, máxima autoridad civil de la región en ese momento bajo la jurisdicción de la Corona, mientras Bolívar organizaba el Congreso de Angostura en la región liberada del país.

Concedida la licencia para la reedificación, la misma fue emprendida con carácter “provisional” en un solar de la esquina donde habitaba el maestro carpintero Ambrosio Cardozo, quien arrendó el terreno facilitando la construcción, una vez que no fue posible reabrirla en la esquina del Conde, donde estaba situado el primer coliseo.

Hoy día, en el lugar está situada la esquina llamada Coliseo, exactamente donde queda la estación del Metro La Hoyada, a dos cuadras y media de la plaza Bolívar capitalina, para entonces denominada plaza Mayor. 

El Coliseo estaba situado en un lugar bastante céntrico de la ciudad. Aún hoy la esquina donde funcionó lleva su nombre, justo en la salida suroeste del la estación del Metro La Hoyada.


Poco después de construido, el ayuntamiento reconvino a Blanco por abrir el local sin las condiciones mínimas que garantizarán la seguridad del público y vender boletos de entrada hasta por el triple de la capacidad del recinto. De esto último deducimos el éxito con el cual se inauguró la empresa, en una ciudad que ya iba para seis años largos sin sala teatral, manteniéndose la tradición solo por

ocasionales funciones en escenarios improvisados a propósito de las fechas de significación religiosa.

Veamos una descripción del teatro realizada por un visitante el año de 1823:

Los días de fiesta se abren las puertas de un teatro con capacidad para ochocientos espectadores aproximadamente, y que se llena de bote en bote, a pesar de la baja calidad de la representación. El antiguo, destruido por el terremoto, era de amplitud suficiente para contener alrededor de mil quinientos a mil ochocientos espectadores. En el teatro actual, cuya construcción es provisional, los palcos aparecen separados unos de otros en la manera usual; las familias que concurren a ellos están obligadas a traer consigo sillas u otros asientos, de los que carece el edificio. El patio no tiene techo y el piso es la tierra monda y lironda. Se cobran veinticinco centavos por la entrada, y la policía del espectáculo consiste en seis o siete soldados, al mando de un oficial, apostados cerca del local y armados de arcabuces. La declamación de los actores es pomposa y afectada, y su gesticulación maquinal, totalmente desprovistos de gracia o naturalidad. Durante la función, un bufón se apodera prácticamente del escenario, procurando convertirse en el centro de la atención general mediante zafias muecas y chocarrerías, y la asombrosa cantidad de pliegues que le va dando a su chambergo. 1

En 1828, José María Ponce, oficial veterano de la Independencia, en sociedad con el maestro carpintero Ambrosio Cardozo, adquiere el precario edificio levantado por Blanco y lo restaura, financiándolo con los abonos anticipados de los palcos que se agregaron con la intención de darle una mayor categoría y comodidad. No fueron muy lucidas las mejoras si tomamos en cuenta las crónicas posteriores que lo describen, presentándolo como poco digno de la ciudad capital, además de señalar el deplorable comportamiento de los espectadores.

Ponce y Cardozo, aprovechando la gestión de relanzar la empresa escénica tramitaron a través de José Antonio Páez, Jefe Superior del departamento de Venezuela de la llamada Gran Colombia, un privilegio decretado por el Libertador desde Bogotá el 13 de noviembre de ese mismo año que concedió la licencia a la pareja de empresarios para el funcionamiento del refaccionado teatro, además de otorgarle la exclusividad de las representaciones y la exención de los impuestos a cambio de una función anual a beneficio de los hospitales. La reapertura y el decreto bolivariano de 1828 motivó la creación de la Compañía de Cómicos, dirigida por José Ferrer con Cecilia Baranis como primera dama, dos calificados teatristas que llegaron a estas tierras inyectándole formación, disciplina, conocimiento y experiencia a la especialidad actoral. Con esta agrupación, que superó con creces el desempeño actoral autóctono del primer coliseo, comenzó el ejercicio profesional en el teatro venezolano.

El sitio, con capacidad para unos 800 espectadores aproximadamente, fue revendido ya en muy mal estado en 1851 por Ponce, quien quedó como único dueño de la misma tras negociar la participación de Cardozo. Ese año, luego de 33 años, culminó su historia. La edificación es apenas registrada por algunos cronistas como “el teatro de Ponce y Cardozo”, desdeñando su importancia al comentarlo con subestimación y/o datos inconsistentes, quizá motivados por las malas referencias de las notas hemerográficas contemporáneas a su funcionamiento, muy parecidas a la ya citada y redactadas por comentaristas incapaces en su tiempo de comprender su trascendencia y sentido histórico. 

Afiche del estreno en el segundo Coliseo de la primera pieza escrita por Heraclio Martín de la Guardia.
(Archivo de la Academia Nacional de la Historia)
                     

Un estudio bien documentado y objetivo del tablado nos revela la importancia crucial que tuvo en el desarrollo escénico nacional, al servir para el estreno de los primeros dramaturgos y obras teatrales propiamente venezolanas. En él se estrenaron en 1822 El café en Venezuela (obra desconocida) de Isaac Álvarez de León y la tragedia Virginía de Domingo Navas Spínola en 1824, primera pieza dramática impresa en el país. Otros autores criollos primigenios como Pedro Pablo del Castillo, Gerónimo Pompa y Heraclio Martín de la Guardia, se sirvieron del espacio para debutar como creadores dramáticos.

También las primeras zarzuelas y óperas completas, así como los primeros conciertos sinfónicos de envergadura, se exhibieron en el espacio, sellando una trascendencia para las artes nacionales que recién comenzamos a descubrir y difundir, en un retardado reconocimiento que busca compensar la pérdida de la memoria histórica, saldando la ignorancia en que nos hemos mantenido respecto a nuestro pasado artístico. Debemos agregar que este escenario albergó durante su existencia a notables compañías extranjeras que nos visitaron, tales como la del director y dramaturgo catalán José Robreño, figura patriarcal de una estirpe de teatristas estelares que recorrió el Caribe durante más de un siglo y la de Francisco Villalba, pionero del teatro profesional en Latinoamérica y fundador de la Biblioteca Nacional de Colombia, entre otras afamadas compañías y personajes de la disciplina histriónica.

De todo lo anteriormente sintetizado existen registros documentales y hemerografía comprobatoria en los archivos históricos que omitimos por el carácter sintético de este escrito.  No hay en esta reseña ningún aserto producto de la especulación, la fábula o el querer rehacer la historia a partir de una visión ideológica que se sobreponga a lo objetivamente comprobable. Próximamente saldrá a la luz un texto de quien suscribe estás líneas titulado El segundo Coliseo de Caracas, en el cual nos extendemos en detalles sobre esta sala, denotando el relevante  papel que jugó para nuestras artes escénicas.


1 La República de Colombia en los años 1822 y 1823. Richard Bache. Instituto Nacional de Hipódromos, Caracas, 1982. p. 97

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