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domingo, 18 de octubre de 2020

Gilberto Pinto: de los que luchan toda la vida

¿Saben lo que voy hacer? Me dedicaré a andar delante de mí, siempre derecho, hasta conseguir un lugar donde pueda vivir, trabajar y amar en paz. Un lugar en donde los hombres se quieran y se respeten, en donde el amor no traiga como lastre la traición, en donde el trabajo sea digno y sirva para algo. Si algún día lo encuentro les avisaré. Y si no, ¡vendré a decirles que no existe y que debemos luchar hombro con hombro para hacerlo!”. Este parlamento que cierra el monólogo El hombre de la rata (1963), bien puede definir lo que fue la existencia de su autor Gilberto Pinto, hombre integral del teatro venezolano, disciplina a la que se dedi durante mas de 60 años. Actor, director, dramaturgo y docente, su labor le valió en el año 1999 el Premio Nacional de Teatro, por “el sentido crítico (...) y su incansable labor como formador del teatro nacional”, según el veredicto del jurado que se lo otorgó .

Este hijo de Socorro, una obrera caraqueña de Santa Rosalía, nació en 1929 y cursó estudios hasta el sexto grado. Sobre sus inicios en las tablas, dijo en entrevista realizada por el crítico E.A. Moreno Uribe, “Eran las ocho de la mañana, de un día que ya no recuerdo de aquel 1948. Aquello me sorprendió porque no sabía quien había dejado abandonado ese periódico y además lo leído me llamó la atención. No tenía ninguna inclinación hacia el teatro pero mi profesión de vago me llevó a conocer que era aquello. Me encaminé hacia el edificio Casablanca, de Peligro a Puente República, y Carlos Denis, que era una especie de secretario, me inscribió sin mayores requisitos, porque no había más de 25 alumnos. De pronto me encontré en una clase, escuchando al profesor y viendo las improvisaciones de Luisa Mota y Pedro Marthan, quienes ya tenían un año en esos avatares. Todo eso me preocupó y al mismo tiempo me llamó la atención. Y al dia siguiente estaba estudiando teatro. Desde entonces no he parado y son algo así como 60 años. La vagancia me llevó a la escena.”

Así fue a dar el “vago” Gilberto al Curso de Capacitacion Teatral, la primera escuela escénica con pedagogía sistemática que se creó en el país, a instancias de Luis Beltrán Prieto Figueroa cuando fue ministro de educación en la presidencia de Rómulo Gallegos. Aunque tuvo una existencia efímera (1947-52), de ella salieron importantes figuras de la escena venezolana: Carlos Denis, Luisa Mota, Pedro Marthan, José Torres, Alfonso López, Eduardo Moreno y Daniel Izquierdo, entre otros. Este centro de formación, fue cesado por la dictadura en 1952, luego de ser prohibido uno de sus montajes debido a presiones de la jerarquía católica que, en un editorial de La Religión, criticó la “inmoralidad” de la pieza. Su director, el mexicano Jesús Gómez Obregón, sería destituido y  presionado hasta salir del país. Uno de los actores de la obra censurada era Pinto, quien desde entonces libró una lucha sin tregua contra las arbitrariedades del poder.
  Aura Rivas y Gilberto Pinto en La Señorita Julia, de Augusto Strinberg. Montaje de 1957.
Foto: cortesía de Francis Rueda.

Su producción dramática la componen cerca de una veintena de obras, entre las que están, Los fantasmas de Tulemón, Primavera, El confindente, Pacífico 45, La guerrita de Rosendo, El confidente, La muchacha del Blue Jean, El peligroso encanto de la ociosidad... De gran éxito fue su última pieza La visita de los generales (2009), soberbia pieza dirigida por él mismo mientras convalecía de una delicada dolencia cardíaca. Sobre el drama, Pinto señaló, Trato un tema que mantiene el mundo en vilo: la carrera armamentista que amenaza acabar con la vida del planeta Tierra, ya que La Visita de los Generales parte de dos principios: uno) que la función del teatro no es celebrar lo que está bien, sino protestar contra lo que está mal; dos) la certidumbre de que la ignorancia de la historia conduce al hombre a una absoluta incomprensión del mundo y que, por lo tanto, es un camino a reconsiderarla.” Desestimando su propia producción literaria, dijo refiriéndose a los clásicos, “Son autores de los que sólo aparecen tres o cuatro en una época. Ellos son los genios, todo lo demás es monte y culebra, yo soy monte y culebra, lo que pasa es que en el país de los ciegos el tuerto es rey.”

Conocí al Gilberto a mediados de los años 80 cuando comencé a estudiar en el Instituto de Fomración para el Arte Dramático del cual él era el director. Para los estudiantes era una especie de ogro, de voz severa y regañona, que en todo y con todos tenía que ver por su talante entrometido. Pero realmente detrás de aquel aspecto tronante se escondía un hombre sensible y de gran afabilidad cuando se le entraba en confianza.

Recuerdo una vez que, azuzado por algunos compañeros, fuí a reclamarle a su oficina en el Instituto por el estropicio anónimo de la escenografía de la pieza que dirigí ya en plan de egresado. Se trataba de la farsa Cornudo, apaleado y contento del español Alejandro Casona, representada en un lindo teatrino con el piso todo de madera en el que estuvimos dos años entrenándonos para ser actores. La reacción de Pinto ante el reclamo fue de sorpresa. “¡Coño! ¿Quién carajos pudo hacer algo así?”, respondió. Mi respuesta fue la de un bisoño “director teatral” airado, buscando a alguien para culparlo del saboteo escenográfico. Riposté: No sé, pero usted como director de la escuela es el responsable.” Y, claro, en cierta forma lo era. Luego de un tenso silencio se levantó del escritorio, “Vamos a ver” y nos dirigimos al lugar del desastre. Inspeccionó el rebulicio calladamente y exclamó a modo de consuelo: “ ¡Qué mierda, chico! Les queda poco tiempo para la función. Me dicen si necesitan ayuda. Por allí hay algunos materiales que pueden servirles.” Salió y a los minutos regresó con un rollo de sellotape o cinta adhesiva, otro de alambre y un pote de pega, materiales mágicos para las emergencias en las puestas en escena.

(Inciso didáctico: Si en la función de hoy se cae el castillo de Elsinor, no te preocupes por la de mañana, que con cinta adhesiva lo levantas de nuevo”, me dijo una vez en la Escuela César rengifo Hector del Campo, maestro escenógrafo chileno. Santa palabra, que me ha constado varias veces: no lo olviden nunca colegas teatristas que me leen: ¡siempre a la mano la cinta adhesiva! O volviendo a Shakespeare: “Mi reino por un rollo de tirro.”)

Sigo el relato. Poco después al verme pasar, Pinto me preguntó por el resultado de las reparaciones, ofreciendo su ayuda para lo que pudiera faltar. En realidad el arreglo de los pocos peroles, el telón de fondo con un balcón pintado y el simulacro de reja que ambientaban la obra no fue gran cosa. Luego supe por boca del vigilante de la escuela que Pinto revisó su libro de guardias e incidencias, interrogándolo en la búsqueda del posible autor del estropicio. Su actitud y solidaridad de maestro en este incidente le ganó mis simpatías para siempre.

Años después coincidimos nuevamente cuando estuve encargado de un ente cultural y gestioné la publicación de dos textos suyos, el drama La visita de los generales y el valiosísimo ensayo El texto teatral, compilación de reflexiones orientadoras para los jóvenes dramaturgos y, a la vez, manifiesto en el que propugna por una visión comprometida del artista con la sociedad. En una visita a su hogar, mientras convalecía de sus males cardíacos, le solicité atrevidamente que me revisara el primer borrador del drama En la plena aurora. Accedió amablemente y lo hizo con meticulosidad, señalándome a lápiz lo que consideraba errores con su letra de dramaturgo “tuerto”, pero sabio, experto y rey del oficio, orientando a un ciego que se atreve a caminar en la oscuridad. Guardo cariñosamente el libreto corregido como un Santo Grial particular, el cual estimo más que la edición misma de la obra. Poco después fallecería el 7 de diciembre de 2011, acompañado hasta el último momento por su esposa, la querida amiga y primera actriz Francis Rueda.

Imprescindible izquierdista de los que luchan toda la vida a decir de Brecht, no hubo político ni partido al que le perdonara los yerros y sinrazones. Resulta curioso que en todas las relaciones biográficas que se hacen de Gilberto se obvie la filiación marxista de su pensamiento, como si esta condición fuese un estigma y no una de las guías prioritarias de su intensa labor artística. Lo mismo sucede con otros grandes personajes del teatro venezolano: César Rengifo, Humberto Orsini, Orlando Rodríguez... Inflexible en lo que consideraba necesario, hay que acotar que también el gobierno chavista fue objeto de sus merecidos dardos críticos, algunos quizás excesivos, otros muy acertados, todos necesarios, buscando orientar por la senda correcta a la burocracia cultural, como la vara que fustiga a un burro terco por los mejores caminos del monte.

Gran ejemplo y buena vara la de Gilberto Pinto, en la política, el teatro y la literatura.

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