El arte circense como disciplina corporal se píerde en los tiempos remotos. Igual que otras artes escénicas, surgió a la par de las festividades rituales religiosas. En algunas culturas antiguas, estuvo intimamente ligada al desarrollo de destrezas físicas para el ejercicio de la guerra. Pariente cercano del teatro y la danza, constituye un ejemplo perfecto de la llamada ‟técnica extracotidiana”, concepto en boga para los estetas contemporáneos. Condensa las cualidades fisiológicas del ser humano, llevadas al extremo, con el placer que causa la belleza estética. Recordando a Antonin Artaud, es un arte de ‟violento impacto” que nos libera de toda razón y lógica.
Esto último demostró con creces, la Compañía Acrobática de Nanjing (China) en la Sala Ríos Reina del Teresa Carreño, en las 3 funciones de cierre, con entrada gratuita, de la Escena Internacional 2010, organizada en noviembre por Min-Cultura. En el espectáculo, fuera de lo común, el público asombrado disfrutó de números acrobáticos, ventriloquia, malabares y contorsionismo, en los que, a las habilidades físicas de los ejecutantes, se sumó una sutil concepción del espectáculo en sus detalles logísticos (vestuario, música, iluminación). Difiere este circo chino, de todos los estruendos, poleas, aparatos y maltrato animal de la tradición circense occidental, destacándose por centrar sus maravillas en las posibilidades del cuerpo humano y el desafio a la Ley de Gravitación Universal. Apenas unos aros, algunos diábolos o unas telas colgando de la tramoya, en un escenario desnudo, bastaron para, mas allá de toda lógica, generar un encantador suspenso en la audiencia.
Fue imposible enterarse de referencias concretas y didácticas de la función vista (como los nombres del elenco) por un deficiente programa de mano, costoso pero de pobre diseño e información, lo que también afectó a otros espectáculos presentados. Incomprensible tan elemental falla.
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