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lunes, 5 de octubre de 2020

Isaac Chocrón: el teatro para hacer mas llevadera la vida


Éramos Vicente Nebreda, que bailaba Guaicaipuro todos los años, Román (Chalbaud) y yo. En el colegio América, cuando llegué a primer año, había un premio mensual de cuento con seudónimo. Cada mes había un jurado diferente. Yo ganaba el premio mes a mes y a los siete meses suspendieron el concurso. (...) Incluso escribí un cuento en femenino, lo firmé Rita y gané..."(1).
Así se refirió Isaac Chocrón a sus inicios como escritor, en una entrevista realizada hace pocos años  por Stefania Mosca,
Diana Benshimol y Artemis Nader (2). Nacido en 1930 en  Maracay, en el seno de una familia  judía, marcha al exterior y termina su bachillerato en un liceo militar de New Jersey. Luego se gradúa de economista en la Universidad de Siracusa en Nueva York, donde publica sus primeras obras en un acto publicadas en la revista estudiantil Dilemma. Prosigue con una maestría de Economía Internacional en la Universidad de Columbia y un  doctorado en Desarrollo Económico en la Universidad de Manchester en Inglaterra. Se dedica a la diplomacia y luego trabaja como funcionario de hacienda.

Es Romeo Costea, otro batallador de la escena venezolana ya fallecido, quien le da el primer impulso importante a su dramaturgia, escogiendo la obra Mónica y el Florentino (1959) para ser mostrada en el I Festival de Teatro Venezolano. La pieza fue escenificada en el modesto escenario de Instituto Venezolano Francés, marcando el comienzo de una de las más brillantes y fructíferas trayectorias de la dramaturgia venezolana. Juana Sujo, la gran figura actoral del momento, montaría El quinto infierno (1961), su segunda obra representada, enrumbándolo para siempre por el camino teatral. Luego vendrían piezas como Animales feroces, Amoroso o una mínima incandescencia, Asia y el Lejano Oriente, una versión para ópera de Doña Bárbara (con música de Caroline Lloyd), Tric−Trac, O.K., La revolución, Alfabeto para Analfabetos, La máxima felicidad, entre otras posteriores, que suman en total una veintena, lo que le valió el Premio Nacional de Teatro en 1979.


 Políticamente conservador, pero consciente de que  la  sociedad constriñe  la libertad del ser humano y su búsqueda incesante de la felicidad, indagó como pocos en la intimidad existencial; su obra, de motivación autobiográfica, es una permanente reflexión introspectiva que profundiza en las taras impuestas por la falsa moralidad y la lucha por sobreponerse a los miedos del vivir. No es de dudar que, siendo de confesión judía, proveniente de una familia sefardita conservadora e hijo de un padre fundador de dos sinagogas, educado en colegios laicos, católicos y protestantes, así como confesadamente homosexual (“zurdo, que hace falta ser para saberlo”, le diría a la investigadora Carmen Márquez Montes), vivió fuertes contradicciones espirituales. Las resolvió sin traumas y con inteligente elegancia, legando una obra que nos enfrenta a nuestras debilidades y temores y, por ende, a la posibilidad de enfrentarlas y  superarlas a fuerza de voluntad y constancia.


A él le debemos, el mejor retrato escénico que he podido ver del Libertador. Me refiero a la obra Simón, estrenada en marzo de 1983. En esta pieza se alejó deliberadamente de la acartonada visión con la que se suelen representar los personajes históricos, buscando mostrar al Libertador en su justa dimensión humana. Un Bolívar encerrado en sí mismo y abatido por la muerte de su esposa es animado por Rodríguez a salir a la vida y “tomar su pedazo de mundo.” Con esa brillante simpleza, resumió el dramaturgo el mandato de conciencia que llevó al héroe a forjar cinco naciones.

Escribo esto y no hallo como terminar. Me cuestiono: no he referido su ejemplar gestión cuando fue director fundador de la Compañía Nacional de Teatro; tampoco la creación de El Nuevo Grupo, junto a su amigo de infancia Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas. ¿Cómo obviar  las novelas y ensayos? En este momento recuerdo sus regaños, cuando hace más de dos décadas, con severo optimismo y hablándome de la economía de las palabras en las clases de expresión escrita en la Escuela de Artes de la UCV,  me exigía imposibles cuartillas dadas mis limitadas capacidades de redacción. "Es que no me quedan bien, por más que las piense", me disculpaba yo. Y él respondía, "Corrige y corrige, que te quedarán mejor. Escribir es corregir", me decía él. Los resultados no han sido mejores, pero aún le sigo el consejo.

En memoria de aquellas lecciones, no se me ocurre nada mejor que culminar  con una sentencia suya, que bien expresa el esfuerzo al que se dedicó con pasión: “En épocas como la nuestra, cuando la confusión y el dolor producidos por plagas misteriosas alejan cada vez más todo momento de contento, en el teatro necesitamos palabras que expongan, analicen, sugieran, impliquen y, si es posible, hagan más llevaderas nuestras vidas."

(1) En su recuerdo se refiere es la Escuela Experimental Venezuela y no a la escuela América,  según refiere en un relato más detallado Román Chalbaud que también menciona a Chocrón y Vicente Nebreda como alumnos de esta institución .                                                                                                               



3 comentarios:

  1. Reaparece Oscar el maestro incansable Gracias.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  3. Excelente Maestro su escenario al día es de consulta fundamental para los bisoños teatristas que necesitan referentes. A Is alumnnos les remito su pertinentes escritos. Saludos cordiales Maestro, Oscar Acosta

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